Despedida
un millón. Y ésta tampoco va a ser sobria ni dejando el tabaco de lado. Pero es
la primera despedida alejada del rencor. Hace siglos que no escribo, la verdad
es que me dejaste vacía por dentro una vez más. Dejé de creer en todo, me cansé
de decirme a mi misma que cuando me gire entre la gente serás tú; y no, nunca
lo fuiste. Nunca volviste a pesar de que lo prometías una y otra vez.
Ha pasado tanto tiempo y sigo llorando con las
mismas letras de mierda, puedes afirmar que no avanzo en exceso, pero al menos
ahora no quiero rasgarme por dentro ni gritarte que te quiero. Ahora sólo
quiero dejarte ir, que te evapores entre la gente y dejar de pensar que te
odio. Quiero celebrar que fue bonito mientras fue bonito, aunque fuese sólo
unas horas, y que el resto de meses y años llorándonos por tu puta cobardía sirvieron
para aprender. Perdona, dije que sin rencor. Tampoco pretendo volver a afirmar
que no estoy loca o que lo estaba, es que lo juro, lo sabes, puedes ser
honesto: me abandonaste. Me prometiste siempre aparecer y jamás lo hiciste. Me
dan igual todas las excusas o explicaciones de ahora. La cuestión es que nunca
viniste y aún hoy no apareces. Y digo que es una despedida porque creo que ya
he asumido que hay cosas en la vida que no se pueden tener. Y una de esas cosas
es tenernos.
Y aunque aún hoy puedo llegar a temblar,
aunque tengan que pasar los diez años desde que solíamos gritar hasta que rompa
las ventanas, aún con eso sé que al final quedarás olvidado en algún rincón de
mi memoria. Y así, por fin, este adiós será y es para siempre.