domingo, 23 de julio de 2017

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Despedida un millón. Y ésta tampoco va a ser sobria ni dejando el tabaco de lado. Pero es la primera despedida alejada del rencor. Hace siglos que no escribo, la verdad es que me dejaste vacía por dentro una vez más. Dejé de creer en todo, me cansé de decirme a mi misma que cuando me gire entre la gente serás tú; y no, nunca lo fuiste. Nunca volviste a pesar de que lo prometías una y otra vez.

 Ha pasado tanto tiempo y sigo llorando con las mismas letras de mierda, puedes afirmar que no avanzo en exceso, pero al menos ahora no quiero rasgarme por dentro ni gritarte que te quiero. Ahora sólo quiero dejarte ir, que te evapores entre la gente y dejar de pensar que te odio. Quiero celebrar que fue bonito mientras fue bonito, aunque fuese sólo unas horas, y que el resto de meses y años llorándonos por tu puta cobardía sirvieron para aprender. Perdona, dije que sin rencor. Tampoco pretendo volver a afirmar que no estoy loca o que lo estaba, es que lo juro, lo sabes, puedes ser honesto: me abandonaste. Me prometiste siempre aparecer y jamás lo hiciste. Me dan igual todas las excusas o explicaciones de ahora. La cuestión es que nunca viniste y aún hoy no apareces. Y digo que es una despedida porque creo que ya he asumido que hay cosas en la vida que no se pueden tener. Y una de esas cosas es tenernos.


 Y aunque aún hoy puedo llegar a temblar, aunque tengan que pasar los diez años desde que solíamos gritar hasta que rompa las ventanas, aún con eso sé que al final quedarás olvidado en algún rincón de mi memoria. Y así, por fin, este adiós será y es para siempre.