domingo, 23 de julio de 2017

.

Despedida un millón. Y ésta tampoco va a ser sobria ni dejando el tabaco de lado. Pero es la primera despedida alejada del rencor. Hace siglos que no escribo, la verdad es que me dejaste vacía por dentro una vez más. Dejé de creer en todo, me cansé de decirme a mi misma que cuando me gire entre la gente serás tú; y no, nunca lo fuiste. Nunca volviste a pesar de que lo prometías una y otra vez.

 Ha pasado tanto tiempo y sigo llorando con las mismas letras de mierda, puedes afirmar que no avanzo en exceso, pero al menos ahora no quiero rasgarme por dentro ni gritarte que te quiero. Ahora sólo quiero dejarte ir, que te evapores entre la gente y dejar de pensar que te odio. Quiero celebrar que fue bonito mientras fue bonito, aunque fuese sólo unas horas, y que el resto de meses y años llorándonos por tu puta cobardía sirvieron para aprender. Perdona, dije que sin rencor. Tampoco pretendo volver a afirmar que no estoy loca o que lo estaba, es que lo juro, lo sabes, puedes ser honesto: me abandonaste. Me prometiste siempre aparecer y jamás lo hiciste. Me dan igual todas las excusas o explicaciones de ahora. La cuestión es que nunca viniste y aún hoy no apareces. Y digo que es una despedida porque creo que ya he asumido que hay cosas en la vida que no se pueden tener. Y una de esas cosas es tenernos.


 Y aunque aún hoy puedo llegar a temblar, aunque tengan que pasar los diez años desde que solíamos gritar hasta que rompa las ventanas, aún con eso sé que al final quedarás olvidado en algún rincón de mi memoria. Y así, por fin, este adiós será y es para siempre. 

jueves, 14 de mayo de 2015

Y por fin llegó él.

Yo creía que el amor era llorar por las noches, desesperanzada y sufriendo, echando de menos. De hecho, yo creía que el amor era echar de menos. A quien nunca se tuvo, y a quien nunca estuvo ahí como querías. Yo creía que el amor eran mil noches de miradas escondidas, sonrisas secretas, algo oscuro y que nadie conocería, algo que no se podría gritar a los cuatro vientos.

Y de repente, llegaste tú. Para dejar de enredarme las lágrimas y taparme por las noches con el edredón. Para sentarte en una silla y mirarme mientras tengo fiebre en la cama. Para devolverme algo de luz a los días oscuros (algo, que es toda la luz). Y aquí estás tú, para enervarme con tus ideas locas, y aceptarme la mía (la locura, que es mucho más fuerte), para sonreírme cuando lloro, y decirme que es cuando estoy más guapa. Cuando me tiembla el pulso, ahí me sostienes. Y es que nunca habría creído que sonreiría al llegar a casa y ver que alguien ha lavado los platos, y mucho menos creía que iba a llorar de felicidad al pensar en esos pequeños detalles, tan tontos, tan simples. Ni que pensaría en cómo hacerle más fácil la vida a nadie, y en cómo no despertarme nunca a hacer el café, en mi egoísmo mañanero, siguiendo ahí en mis mundos de edredón mientras la habitación se llena de tu olor. De hecho, jamás creí que podría volver a ver el café como algo tan sencillo, tan bonito. Creí que odiaría todo lo que fuera escribir en un ordenador mis sentimientos. De aquí a la eternidad. Y no, tú no me dejas que me caiga en eso.

Eres todo lo que habría soñado, si hubiera tenido siquiera la capacidad para imaginarte un poco, para acercarme a algo tan grande.

No sé si lo nuestro es el amor más loco, pero desde luego, es el más sano. Y yo, por mi parte, te amo, locamente. Sin complejos, sin peros, sin por qués. Te quiero porque eres. Te quiero porque existes. Te quiero porque haces que mi vida vuelva a tener sentido.

Y gracias, gracias por hacerme cafés por las mañanas.

jueves, 20 de marzo de 2014

Ven, que te lo cuento.



En el punto exacto en el que no le salían las palabras, tomó aire y siguió escribiendo, simplemente dejándose llevar por sus pensamientos, los acentos que se marcan en el teclado del ordenador, los minutos por la noche en los que el tiempo vuela o se eterniza dependiendo de tus plurales, singulares o inexistencias. 


Odio creerte siempre y eso me hace quererte, en una vorágine de autodestrucción en la que el auto eres siempre tú, transformando las palabras, acortando los prefijos, cambiando las letras. Pitágoras, en cambio, diría que eres números: 7 y 2. 11. Impares, pares. Yo te veo más como los besos y la lluvia, como lo que nunca hicimos y lo que no te atreviste a decirme. CAFÉ Y SOL. Odioso verano.

Apoya tu cabeza contra mi hombro y deja caer la tristeza, que a veces me puedes y te puedo, te puedo, te puedo mejorar. Me tienes a tu merced si me das estos pasos y te muestras vulnerable, como yo siempre te vi si miraba a través de tus ojos. Yo sí que quise no despertarme nunca aquellas mañanas. 

Y te juro (y yo no juro) que te voy a querer hasta que se me desangre el alma de quererte. Que te voy a querer por tus inviernos y por tus mierdas, por lo que lloras y lo que callas. TE JURO que te voy a querer por tus ausencias mucho más que por tus presencias, y que cuando me sienta perdida me acordaré de dónde tienes los huecos cuando sonríes. Y de la palma de tu mano rozándome. Y de tus palabras.

Yo sí. Yo sí que pensaba en lo guapo que eras. Y en cómo no podía ni respirar porque te tenía cerca.

Yo sí que te he querido, y te quiero, y te querré. Yo sí sé lo que es el amor y desconozco el olvido, y sé lo que es el miedo cuando tu boca se cierra. Yo sí, amor, yo sí sé lo que es quererte, más de lo que nunca lo harás tú contigo. También lo de ser valiente.

Yo sí sé arreglarte por los dos.

miércoles, 15 de enero de 2014

Acabada esta historia.

¿Nunca has respirado muy hondo y me has recordado? Que ha habido amaneceres más largos que tus verdades, y tus manos nunca han temblado, moreno. 

Y esa forma de ahogarme al recordarte no tuvo nunca principio ni fin. Va a terminar un año más viviendo entre tus mentiras, y yo ya me rindo porque no quiero quererte. No quiero tenerte. Sólo quiero que desaparezcas....y qué miedo, joder, de no hacerte cerezo ni volverte Jerte siquiera, para florecer o algo, joder, que tu Extremadura era grande y el Robe me cosquilleaba al recordarte, con ese acento tan tuyo.


A veces lloro si pienso en tus manos empuñando la nada, rozándome el vestido con tus manos, el frío, dándome un beso cargado de lágrimas. A veces me tiembla el pulso sólo de pensar en mirarte de reojo por bares y sonreírte de lejos, antes de que nos odiásemos.

Pienso en todo lo que hemos vivido, que no es nada, y me extraño en ver que nunca sucedieron los cafés prometidos, ni las sonrisas sinceras. Sólo eran besos de miedo, desnudez de miedo, almas con miedo, manos con miedo. Tus ojos....

Y a sabiendas de que te quiero querer de lejos, a sabiendas de que ya no podrá ser, espero, moreno, moreno, moreno, moreno. Que en tu soledad encuentres lo que no pude darte, que yo ya me rompo los labios con otros, que ya respiro yo sola.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Perderte

La gente llama enamorarse a cualquier cosa. Menuda idiotez. Yo llamaba enamorarme a ponerme nerviosa sólo con tu presencia. Me ahogo muy fuerte y me tiemblan las manos si te veo. Y grito tanto que no sale ningún sonido de mi garganta. Eres como el humo espeso que hace que chirríen los pulmones. Eres todos los besos no dados del mundo. Salado como el mar y las lágrimas. Y ya me escondo porque podríamos habernos querido. Y sé que no nos quisimos ni nos querremos, pero que se nos aferran las manos al otro si vemos que se va marchando. Quiero abrazarte despacio y que se detenga el tiempo y ni importen las mentiras. Quiero ser tan tuya que me palpite el alma más rápido de lo que gira la tierra. Quiero amarte y amarte, contigo quiero sofás y noches de manta. Y contigo no quiero nada porque te amo y eso hace mucho, mucho daño.

Creo que sólo puedes enamorarte así una vez y que esa vez sepas desde el primer segundo que nunca tendrás a esa persona, porque sólo así funciona ese amor tan amargo, queriéndole tanto como para disfrutar cada segundo porque sabes que puede ser el último. Y lo peor, que probablemente lo sea.

Firmado: Mis impares, mis temblores, mis preguntas inciertas y mis miedos.

martes, 19 de noviembre de 2013

De

Hace ya mil años que me sobran los motivos para escribirte mil cartas. De las que añoras que te lleguen al buzón. Porque me da miedo despertarme mañana y saber que no estaré en la cárcel de tus sábanas, aprisionada al paraíso. Y desnuda. Porque sé que mañana no me cogerás la cara y no podré pensar, al tacto de tus manos, que hoy sí puedo con todo. Y con tus manos duermo y me despierto como en una pesadilla y un orgasmo, todo a la vez. De tenerte lejos y saber que no podrás besar mis lágrimas.

Recordar el olor delicioso de tus sombras y el dolor de tus acordes mezclados con cerveza. Que si aspiro ya no recojo tu humo. Y me tiemblan las pestañas sin tus labios en mi pelo, como la tormenta que nos dio la vuelta al reloj e hizo que los días se nos hicieran tan cortos, tan juntos. 

Y ya sólo puedo respirar muy despacio, esperando que el destino nos haga reencontrarnos una y otra vez entre sábanas, piel con piel, para notar tu desnudo aprisionado entre mis piernas y gritarle al mundo que nunca sabré cómo pude yo encontrar la felicidad en un instante.

Entre orgasmos y humo. Orgasmos y humo.

martes, 12 de noviembre de 2013

Aunque estos sean los últimos versos que yo le escribo.

Nunca sabré bien cuándo se nos acabó el poema. No sé bien por qué desde el primer instante todo olía a desamor, cómo pude no recrearme nunca enredándome en tu pelo. No sé cómo podíamos oler tanto a miedo.

Si no hemos usado tanto el amor ¿cómo se nos ha roto?

Aún recuerdo las lágrimas de hace un año. Esa mirada al banco donde estabas sentado. El frío de la ciudad helando mis huesos al verte con ella. Una de muchas ellas.

No sé bien cómo te he podido perder sin haberte encontrado nunca. Ni cómo han sobrevivido las mariposas tanto tiempo dentro de mi estómago, si hasta ahí no llegaba oxígeno casi nunca, cuando me congelabas la respiración en primavera.

No entiendo cómo se me ha roto el vestido por otros gemidos. No entiendo cómo la vida no nos ha dado esta oportunidad. Y escucho mi música esperando volver a encontrarte, pero no hay quien encuentre lo indescriptible.

Te he dedicado tantos versos y tantos adioses que ya no sé ni despedirme, y se me han olvidado las lágrimas, amor, porque estoy tan cansada que ya no puedo pensar en ti al despertarme. 

Y dueles, porque dueles más de lo que ha dolido nunca nadie. Y tengo tus mentiras clavadas en el alma y el viento no ayuda a separarlas de mi. Aunque te vea a cada segundo; me escondo. De ti.

No sé cómo todo ha terminado, y el café ya sólo sabe a café, y las terrazas no son más que una terraza más. Que ya ni tiemblo al ver tu balcón, ni tiemblo por si te encuentro.

Amor, pequeño mío, me has herido tanto que nunca, nunca voy a curarme. Pero juro por mi alma, que siempre fue de tus labios, que ya no voy a recordarte.

Porque los besos, de madrugada, con agua de valencia en los labios, carmín escaso y manos temblorosas, ahora sé que han terminado para siempre.