Nunca sabré bien cuándo se nos acabó el poema. No sé bien por qué desde el primer instante todo olía a desamor, cómo pude no recrearme nunca enredándome en tu pelo. No sé cómo podíamos oler tanto a miedo.
Si no hemos usado tanto el amor ¿cómo se nos ha roto?
Aún recuerdo las lágrimas de hace un año. Esa mirada al banco donde estabas sentado. El frío de la ciudad helando mis huesos al verte con ella. Una de muchas ellas.
No sé bien cómo te he podido perder sin haberte encontrado nunca. Ni cómo han sobrevivido las mariposas tanto tiempo dentro de mi estómago, si hasta ahí no llegaba oxígeno casi nunca, cuando me congelabas la respiración en primavera.
No entiendo cómo se me ha roto el vestido por otros gemidos. No entiendo cómo la vida no nos ha dado esta oportunidad. Y escucho mi música esperando volver a encontrarte, pero no hay quien encuentre lo indescriptible.
Te he dedicado tantos versos y tantos adioses que ya no sé ni despedirme, y se me han olvidado las lágrimas, amor, porque estoy tan cansada que ya no puedo pensar en ti al despertarme.
Y dueles, porque dueles más de lo que ha dolido nunca nadie. Y tengo tus mentiras clavadas en el alma y el viento no ayuda a separarlas de mi. Aunque te vea a cada segundo; me escondo. De ti.
No sé cómo todo ha terminado, y el café ya sólo sabe a café, y las terrazas no son más que una terraza más. Que ya ni tiemblo al ver tu balcón, ni tiemblo por si te encuentro.
Amor, pequeño mío, me has herido tanto que nunca, nunca voy a curarme. Pero juro por mi alma, que siempre fue de tus labios, que ya no voy a recordarte.
Porque los besos, de madrugada, con agua de valencia en los labios, carmín escaso y manos temblorosas, ahora sé que han terminado para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario