Nunca escribí para una única persona. Nunca conté toda la verdad de alguien ni compuse mis palabras en torno a un cuerpo. Mis latidos se entremezclan con el ritmo de muchas manos, de muchos pensamientos y compongo un árbol que supone mi vida, indescifrable para cualquiera menos para mi.
Huyo con la velocidad de los gatos, sin mirar atrás, con las piernas temblando. Huyo porque he decidido que no va a haber nadie más que quien se ha metido bajo mi piel. Huyo porque tengo mucho miedo a no hacer el amor o a que me lo hagan, no lo sé. Respiro poco, entrecortadamente. Cuando tengo miedo me acuerdo de tus gruñidos en mi garganta. Y aunque añoro aquello, puedo seguir. Hace ya un mes y no puedo echar más de menos tus labios. Tengo miedo y me acurruco en tus sombras, más de cincuenta las tuyas. Y me da miedo que no seas feliz. Y me da pánico no ser nada para ti. Y aquí sigo, sin querer nada de ti y queriéndolo todo, con ese jaleo en mis neuronas, que bailan canciones desconocidas, como el sonido de fondo mientras me besabas, cuando sólo existías tú. Y por eso me obsesionas, me matas, por eso te quiero para mi y te quiero bien lejos. Por eso, porque me has hecho olvidar otros labios, me has hecho sonreír. Por eso tengo miedo a que elijas otro camino, como quien cerró su puerta en mi cabeza, quien me despreció por algo que nunca quiso. Por eso las manos me tiemblan y no te miro a los ojos. Me intimidas, quiero alejarme pero a la vez eres mi sol para tu Ícaro.
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