Que no me pegues tus manías, que no las quiero. Que no me hagas disfrazarme de otra. Que no recorras continentes de tu habitación a la mía, que luego te veo y me pierdo. Que no me beses si vas a tardar siglos en volver a besarme.
Que no tienes derechos. Que no me susurres al oído, ni me roces preguntando qué hacer con tu ropa, que yo no sé qué hacer con ella si luego no puedo desnudarte. Que no me mientas, ni me prometas, ni me metas ideas descabelladas en la mente para luego irte con un simple adiós.
Que no me dejes con la palabra en la boca sin cortar antes mi respiración con tus dientes. Que no sonrías, joder, que si sabes que te quiero sonriendo, no sonrías. Que no me hagas temblar como si fuera pequeña, porque, o me tiemblas a orgasmos, o a nada.
Que no respires cerca de mi oreja si no te despides tocando mis manos. Que no me toques con tus manos, que están frías, como tu corazón (o más). Que no, que no te acerques, que no me digas que todo puede ser. Que no me hables. Que no te calles. Que desistas. Que no existas. Que me des una máquina del tiempo que me haga no conocerte nunca.
Que no me invites a un café si luego pago yo. Que no me des tus copas, que me las bebo.
Que no prometas.
Que no me jures.
Que no existas.
Que desaparezcas.
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