Tú creías que yo tenia tiempo para todo. Y sólo tenía tiempo para ti.
Porque caminar sola me hacía pensar en cómo sería caminar contigo, y la música resonaba y yo me imaginaba que eras tú que venías a cantarme. De repente, al lado de Anaya. Y que te veía aparecer por aquella cuesta, o venir de qué se yo dónde con un abrigo largo mientras oscurecía en Salamanca.
La ciudad me sabe a tus besos. Y sueño, siempre, que cantamos juntos, y bajamos a ver la luz del puente en pleno invierno. Que nos fundimos en una sombra extraña con esos gorros viejos. Y que tus manos llevan guantes y yo voy siempre descalza.
A veces me entra el miedo y sé que me dejas. Y cuando te vas se me revuelve el estómago y lloran las mariposas de dentro. Que yo sin tus ojos, no puedo mirar a otros ojos.
Y doy vueltas y vueltas a tu manzana, borracha, quizás. Con la locura en los ojos llorosos, cayendo a un abismo imposible. Mientras tú duermes, ajeno a todo. Y a mi se me congelan las palabras, que Salamanca es muy fría cuando quiere.
La ciudad y tus silencios. La ciudad y sus silencios. Y mi silencio de mierda, por no tenerte aquí conmigo.
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