Y cuando las brumas de la noche se apoderaban de mi, llegaste tú, salvando el día, como el héroe que nunca has sido. Luchaste y peleaste contra las sombras de los 7, que eran más de 7 y que hacían daño. Y te apoderaste de las voluntades secretas que yo tenía, y tengo. De eso de no hablarte para no parecer algo estúpida, de luchar contra un mundo que quizás no me entendía, ni te entiende. Y no sé si eres especial, quizás eres otro idiota más. Pero eso que mueve mi mundo, que no sé lo que es; eso lo ganaste tú. Y no sé si lo has ganado con besos o sin ellos; con palabras o silencios; alcohol o falta de él; a promesas incumplidas. Y te escudas en algo que ya no sirve, no funciona como pretexto y yo invento excusas que me lleven hacia ti. Y me entra el miedo y te entra el miedo y nos perdemos. Y bueno, nos dejamos como si alguna vez hubiésemos empezado algo. Y me partes en mil pedazos, me estallas contra la pared, me comes la envidia, me matas las ganas y me reestallas contra el mundo, me haces reír y llorar en los mismos minutos con palabras que ni tú sabes que hacen daño. Y lo sabes a la vez. Me complementas y me expandes y luego me estrellas contra ese muro de piedra que salto con paciencia y del que no he recorrido ni el primer peldaño. Por una escalera hacia tu corazón o tu cabeza, queriendo ser dueña de al menos un pensamiento diario tuyo. Espero aquí, como una tonta a que algo cambie y pasa el tiempo, y cada vez son menos horas, ahora hay días que ni siquiera hay un simple adiós. Ni un aviso de esos nocturnos que a veces son mentira. Y sé que es mentira y sabes que lo sé, porque entiendes que mi ingenuidad tiene un límite, aunque lo amplíes de un modo automático. Y te veo por detrás con tu sonrisa secreta y el mundo me devuelve esa realidad confusa, ese torrente de realidad que me hace ver que ni fuiste, ni eres, ni serás (ni siquiera por un segundo) mío.
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