El tiempo nos desquebraja las entrañas. Nos creíamos inhumanos, pensábamos que siempre estaríamos al lado. Yo creía que al final serías para mi, que nunca iba a encontrar a nadie que me hiciera olvidarte. Cierto es que yo nunca te olvido, pero he encontrado a muchos. Las noches ya no me llenan, miro mi póster y sonrío, pero con esa sonrisa amarga que hace que se me oprima el pecho.
Tu risa era la cascada de mi mirada, era el sueño. Ya no lo hago todo por ti. Y eso me da miedo. No lo sé, ¿tú tienes miedo? Creo que a veces lo veo en tus ojos. Como tus brazos que se aferraban a lo imposible. Tú sigues tardando demasiado y yo quiero ir tan rápido.
La velocidad frente a tu eterno agotamiento. Mi sonrisa. A veces creo que soy diez años más joven que tú, a veces veo que nos duele la vida, pero que yo, al menos, he sido fuerte. Crees que la vida te ha golpeado y me sientes como eso efímero y alocado, pero a mi sí que me han dado golpes. Y duelen, sí. Y agota, sí. Pero me has hecho vivir.
Después de todo lo que nos hemos vivido, de ser el uno para el otro... Hemos dejado que nos consuma la rutina malsana y las horas sin dormir. Nos ha agotado el insomnio constante (que me sigues provocando). Nos hemos hecho tanto, TANTO daño. Y después de sufrir, nos hemos cansado de buscar la recompensa. No mientas, tú también has sentido mi dolor y has sufrido con mi desdén, te ha dado miedo mi indiferencia. Pero quizás ya es tarde.
Te estoy escribiendo mi despedida. Nunca pierdas tu sonrisa. Adiós. Espero que nos volvamos a ver (en otra vida, en otras circunstancias, con menos miedo).
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