Controla el aire y vierte gemidos. No sé de dónde sacamos el tiempo para los otros y no sabemos contar agujas de reloj en el orden inverso para nosotros. A veces pienso en despertarme y huir, encontrarte donde sea, porque no sé dónde buscarte. Despéñate, despéiname. No puedo ahogarme en una terraza, pero puedo contar hacia atrás. 11, 10, 9, 8...Vamos dando vueltas. El bar ya no huele a ti porque allí ha habido muchos otros. Pero hay otras cosas que nunca se me olvidan, las barandillas blancas y las luces negras. Abro el libro (miento) con tu boca en sus palabras. Palabras del mismísimo...pero las pronuncias tú, con ese acento tan tuyo. Indescifrable. Tus juegos. Mi inmadurez. Mi nerviosismo. Mi pelo de haber dormido con otro. Tus mentiras. Las mías.
No puedes, viene ella. No puedes tienes trabajo. No puedes porque se nos ha gastado la sangre.
Cómo exagero, no hay lágrimas ni corazón roto. Y el dolor es real. Explótate. Un mínimo de esfuerzo. No progresa, ni siquiera adecuadamente. Me acuerdo de nuestras manos aferrándonos y de cómo se te cambiaba la cara al verme. Y de cómo, JODER, perdí la única oportunidad que ha habido. ¿Sabes? Sí, lo sabes porque lo sabes todo. Voy a contar tus rizos, me voy a perder en tus ojos, voy a desear no haber nacido nunca y haber nacido mil veces sólo para conocerte. Griego, magnus. Tú.
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