A veces las cosas más simples nos hacen felices. A veces un simple regalo de un triste euro nos hace sonreír. Unos labios en rojo, un gesto en la mirada. Una simple frase dicha media hora después de que me haya ido, aclarando que no soy el problema. Ayer me dijeron que amar es complicado, que nunca se tiene claro hasta qué punto se ama a alguien o hasta qué punto se quiere ser amado por alguien. He reflexionado mucho y no, no es eso lo que me pasa. No me gusta ser amada; me da pánico que alguien dependa así de mi. Sé que debería cambiar eso, tirarme al vacío, entregarme. Pero eso da tanto miedo que prefiero vivir rompiendo el corazón a otros, por muy injusto y duro que sea. Pienso: "yo no te pedí que me amaras, yo no te juré amor eterno". Puedo soportar un te quiero, las cosas lentas y sobre seguro, pero no un amor esporádico y pasional, porque eso es lo que desestabiliza el mundo.
A veces hay cosas simples que nos hacen felices, un cigarro con una amiga o un café con otra. Ir hasta Anaya comiendo un croissant, pensar en francés mientras todos piensan en español, una simple referencia a Death Note, la emoción de Halloween, una hamburguesa con mi niña. Pensar en un beso con alguien. Dormir la siesta y soñar que alguien rompe la barrera del sonido por ti y que por fin puedes amar sin remordimientos y sin miedo. A veces creo que debería juntarme con alguien con miedo y romper el miedo a base de patadas, dejar de autodestruirnos para amarnos.
A veces pienso en aquel corazón de un triste euro que me regalaste. Recuerdo cómo yo te regalé también un corazón. El tuyo va encadenado como colgante, el mío lo partiste en mil pedazos.
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